Rezaba la leyenda en portugués
“Alegria não tem fin” sobre las camisetas especiales del
33º Campeonato, recién conseguido. Es que la alegría contenida del pueblo millona
rio se había hecho esperar demasiado, y estalló con el sufrimiento habitual de los perseverantes y triunfadores. River ya había realizado su labor: ganar su partido por 2 a 1 ante Olimpo y restaba que Colón le diera una manito. El conjunto santafesino le empató a Estudiantes y
el Monumental se tiñó de fiesta, una vez más, después de cuatro años que parecieron ser cuatro lustros, para un pueblo tan amigo de las conmemoraciones a mitad o fin de año.
Los jugadores tuvieron su premio merecido, merecidísimo, después de tanto esfuerzo, tanto trajinar. Llegó el desahogo tras el pitazo de Héctor Baldassi en el estadio Ciudad de La Plata y la fiesta se desató en Núñez. Y vino la vuelta olímpica, y Ariel Ortega, ese ídolo perpetuo que tiene nuestra institución, levantó el trofeo y todo el plantel, junto al Cuerpo Técnico, pudo gritar campeón. Pero este fue el desenlace de un trabajo bien formado, alimentado día a día y que tuvo a varios intérpretes como principales responsables del nuevo logro.
La llegada del nuevo técnico Ganador
Así se lo podría definir con una sola palabra al entrenador riverplatense. Sus títulos como jugador lo avalaban y el que había obtenido en 2006 con Estudiantes, ya del otro lado de la línea de cal, dando órdenes, arengando a sus discípulos, lo ubicaban como un director técnico a respetar, con un presente cautivador y un futuro aún mejor. Diego Pablo Simeone asumía en diciembre de 2007, tras la renuncia de Daniel Passarella y el interinato de Jorge Gordillo, y junto a sus colaboradores, con Nelson Vivas a la cabeza, se encargaron rápidamente de lavarles la cabeza a los futbolistas.
Justamente Passarella, el día de su salida, había vaticinado buenos augurios para el porvenir del fútbol del club y había dicho que iba a festejar muchos títulos en el futuro, porque veía un muy buen plantel, con buenos jugadores. Pero volvamos a Simeone, quien agarraba el timón de un barco que necesitaba enderezarse con urgencia porque el hincha, sobre todo el público, estaba necesitado de títulos.
Pasó el verano con un título incluido, con la cinta de capitán a Ortega, y con la llegada de los goles de Sebastián Abreu, ese trotamundos uruguayo, del defensor Gustavo Cabral y del volante Rodrigo Archubi. Además de las buenas nuevas de que Juan Pablo Carrizo y el chileno Alexis Sánchez iban a permanecer durante el primer semestre del 2008 en el club. Con la base que finalizó el año anterior, más los refuerzos y las ansias por conseguir los objetivos en vista, River salió en busca de todo, con pocos días de trabajo pero con mucho corazón para ofrecer.
Arranque esperanzador
Imprescindible es empezar con el pie derecho cualquier periplo que uno se dispone a recorrer. Por eso fue importante ese arranque esperanzador que tuvo nuestro equipo aquel 10 de febrero en el estadio Monumental. El fixture indicaba que
los jujeños de Gimnasia debían asistir a nuestra cancha, y los recibimos con una victoria que, lejos de ser contundente, fue precisa, necesaria. “Lo pateás al palo del arquero o lo pateo yo”, le sentenció el capitán Ortega al zurdo Matías Abelairas, quien por suerte le hizo caso, y estampó el uno a cero de tiro libre, a poco de comenzado el segundo acto. Un cabezazo de Paulo Ferrari cerró el partido. ¿El dibujo táctico? El que más le gusta al entrenador: 4-2-3-1. No había llegado la habilitación de Abreu y Radamel Falcao García fue el único punta. Detrás de él se movieron Ortega, Alexis Sánchez y Mauro Rosales.
A los pocos días comenzó la andanza en la Copa Santander Libertadores. Un duro cachetazo en Perú, ante el desconocido Universidad San Martín de Porres hizo tambalear el barco antes de tiempo. Luego se viajó a Rosario para medirse al siempre complicado
Newell´s Old Boys de Caruso Lombardi, que venía de lograr un gran triunfo en el Nuevo Gasómetro ante San Lorenzo de Almagro.
Un ex Central como Cristian Villagra tuvo el triunfo en su botín derecho, pero su remate dio contra el palo del arco defendido por el paraguayo Justo Villar. Debutó Abreu y comenzó a erguirse una gran figura en el que sería el futuro campeón: Juan Pablo Carrizo, su arquero. Figura de la cancha, volvió a mantener el cero en su valla y se hizo gigante para los delanteros ajenos, quienes se achicaban cada vez que tenían que enfrentarlo.
El 24 de febrero
llegaron al Monumental Ramón Díaz y su banda de ex jugadores del club. San Lorenzo, con Andrés D´Alessandro, Cristian Tula, Juan Carlos Menseguez y Diego Placente como titulares, venía de un arranque pésimo en el torneo local y agudizó sus desgracias en el Vespucio Liberti. Falcao García de cabeza y Abelairas con un toque de zurda determinaron el dos a cero final, en un cotejo que debía ganarse sí o sí. Es que la premisa era tan vieja como conocida: para salir campeón, hay que hacerse imbatible en tu terreno. Y River terminó invicto y victorioso en su feudo.
El arranque ganador terminó con la
visita de los sanjuaninos de San Martín a Buenos Aires. Un partido fragmentado por culpa de un temporal que azotó la Capital Federal aquel 2 de marzo obligó a que el juez Gabriel Brazenas suspendiera la función a poco para el final. El 3 a 2 (con goles de Abreu, Diego Buonanotte y Cristian Nasuti) parecía irrevocable. Sin embargo, se disputaron los minutos restantes, con un sol radiante arriba, diecisiete días más tarde y por fin, se cantó victoria.
Algunas dudas en el camino Un rival al que nunca se le pudo ganar
en el Ciudad de La Plata es Estudiantes, animador asiduo de las últimas temporadas del fútbol casero. Conducido por Néstor Sensini fuera del campo y por Juan Sebastián Verón dentro, mereció quedarse con los tres puntos el 9 de marzo. Sin embargo, otra perfecta actuación de Carrizo, con valla invicta incluida, le permitió a nuestro elenco rescatar un punto de oro. Cabral fue expulsado a diez para el final por el juez Sergio Pezzotta. Por su parte, Ortega, capitán del team, dio su primera gran función del campeonato. Fue, por varios cuerpos, el mejor jugador de campo del equipo del Cholo.
Siete días más tarde,
el necesitadísimo Racing Club de Avellaneda pisaba el verde césped del Bajo Belgrano con un único fin: no irse perdedor, como casi siempre que le tocó jugar contra River lejos del Cilindro. Hubo varias malas noticias en aquella sexta fecha. Primero y principal, el resultado: el único empate de nuestra escuadra a lo largo de todo el torneo en condición de local. Todos los demás partidos los ganó en su casa. Pero también lo que dolió fue perder al Burrito Ortega por una lesión, que lo dejaría fuera de las canchas por varias fechas. Mauro Rosales, a poco para el cierre, tuvo el triunfo en sus pies, pero su derechazo, tras rebotar en el arquero Hilario Navarro, le dio un besito al travesaño y se perdió la chance de sumar de a tres nuevamente. Seis puntos en juego y sólo dos obtenidos ponían algunas dudas en el camino hacia el nuevo título.
Racha ganadora
Después de las piedras que hubo que sortear llegó la racha ganadora. Ésa que determinó que nuestro equipo sería un fiel animador del certamen. Cuatro triunfos, doce puntos y el respeto de todos. “Ojo con River”, habrán dicho voces ajenas mientras los hinchas se hacían la cabeza con una nueva vuelta olímpica.
Vélez en Liniers, con todo lo que implica el Fortín, siempre es un muy duro escollo. Pero en tan sólo dos minutos, a los 8 y a los 10 del primer tiempo, los goles importados de Sudamérica (el chileno Sánchez y el colombiano Falcao García) resolvieron el pleito prontamente. Carrizo volvió a responder cuando fue llamado a hacerlo y se logró el primer triunfo lejos de casa ante un elenco que venía en alza. Con el Monumental en jaque por hechos de violencia, el mismo José Amalfitani fue el escenario en el que nuestro cuadro actuó como
local en la octava jornada. El debut de Archubi en las redes ajenas (había reemplazado al lesionado Rosales) fue suficiente para los de Alfaro, quienes terminaron chocando contra esa pared inquebrantable que fue Carrizo, nuevamente con la valla en cero. Inmenso lo del portero santafesino.
Lanús, el campeón de ese momento del fútbol argentino, no venía cumpliendo una buena campaña, ya que priorizó la Copa Libertadores. Sin embargo, ante River, el coach Ramón Cabrero puso a los titulares. Buonanotte se hizo gigante con una definición magistral a los 23 del segundo tiempo y anotó el que sería el único tanto del partido. Diez minutos más tarde, el descomunal Carrizo le tapó un penal a José Sand para que la faena fuera completa.
Y para coronar la serie de triunfos en racha, otro gran equipo del torneo anterior, de hecho terminó segundo por detrás de Lanús, era el Tigre de Diego Cagna. Vino al Monumental sólo cubierto en sus plateas, debido a una sanción impuesta por la AFA. Un cabezazo de Falcao García bastó para que River siguiera en la punta del certamen.
De caídas y resurrecciones
Ya había transcurrido más de la mitad del torneo, y salvo los empates ante Estudiantes y Racing, no se habían generado muchas dudas en cuanto a los resultados. Sí se seguía buscando la mejor línea de juego. Además, el jujeño Ortega continuaba lesionado y al equipo le faltaba ese líder natural en donde apoyarse cuando las papas quemaban, y las cosas no salían.
Y llegó el primer tropiezo en la era Simeone por el torneo local. Fue en el Gigante de Arroyito ante otro hambriento rival:
el Rosario Central de Leonardo Madelón, que buscaba zafar de la Promoción. El tanto de Buonanotte abrió la ilusión. Pero dos desconcentraciones les permitieron a Zelaya, primero, y a Martín Arzuaga, después, cambiar el destino de un partido complicado. Una buena: Ortega volvía a jugar después de mucho tiempo parado.
¿Cómo reaccionaría River ante el primer traspié del campeonato? ¡Con cuatro goles!
Argentinos, casi imbatible en su casa, pero tímido lejos de La Paternal, molestó bastante en Núñez pero no tuvo la suficiente chapa como para robarle, al menos, un punto a los conducidos por Simeone. Cuatro a dos final, con un gran Ortega ingresando en el arranque del segundo acto, y con un Buonanotte que empezaba a ser definitivamente decisivo por juego y goles, para enderezar el rumbo de un barco que seguía viento en popa.
La derrota en La Bombonera y la eliminación copera a manos de San Lorenzo en los primeros días de mayo parecieron calcinar el club. La tristeza por la increíble e insólita salida del certamen continental sólo podía ser evadida con la obtención del Clausura. Por eso, era indispensable ver cómo reaccionaría el equipo ante
Gimnasia de La Plata, por la fecha 14 en el Liberti. Por eso se necesitaba absolutamente pasar de la caída a la resurrección y que Ortega fuera Ortega nuevamente, que Buonanotte terminase de explotar y que aparecieran otros intérpretes para facilitar el asunto.
El primer tiempo ante el conjunto platense fue un verdadero bochorno. La derrota parcial de dos a uno no tenía mucho que ver con el desarrollo del cotejo. Por eso, el imperioso ingreso de Ortega, el lavado de cara por parte del técnico: “Le dije a los defensores que si no permitían más goles en contra, el partido lo ganábamos”, dijo más tarde Simeone, y las apariciones fugaces de Abelairas y Buonanotte devolvieron la sonrisa en Núñez, al menos, temporalmente. Fue 4 a 2 y a seguir sumando.
Desenlace feliz con el dúo talentoso
La recta final no fue para nada sencilla. Por el contrario, se trató de un epílogo no apto para cardíacos. Independiente, todavía con chances de pelear por la gloria, recibió al millonario en la 15ª jornada en el Cilindro de Avellaneda, mientras refaccionaba su nuevo escenario. Oscar Ahumada cambió los insultos por una gran actuación y Ortega, nuevamente desde el banco, demostró que debía ser titular. Un cero a cero importante, a pesar de que la punta, ahora, le pertenecía al Estudiantes de Verón y compañía.
Cuando llegó Huracán a Núñez, todavía con los fantasmas de Derlis Soto sobrevolando, no había otra opción que ganar. Fue el sábado 24 de mayo, un día antes del aniversario 107º del club, y un día antes de que jugaran Estudiantes e Independiente en la ciudad de las diagonales. La camiseta violeta que lució River tuvo un feliz estreno. Hubo que sudar la gota gorda antes, claro, como siempre. Hubo que aguardar el ingreso del mago Ortega en el entretiempo, que éste dejara atrás a varios rivales y finalmente, habilitase con sutileza a Buonanotte, para el zurdazo goleador del chiquitín mediapunta. Delirio en Núñez por treparse de nuevo a la cima y esperar que Independiente le saque algo a Estudiantes (fue uno por uno en La Plata y todos felices).
A Santa Fe se viajó con la ilusión de quedar como únicos punteros. Era difícil, muy brava la parada, ante otro necesitado. El equipo de Antonio Mohamed inquietó en el primer tiempo, aprovechando el hombre de más tras la expulsión de Leonardo Ponzio. Pero nuevamente, llamado a ser el conductor del conjunto, Ortega ensayó otra jugada histórica, de esas que quedan archivadas en el tiempo. El pase de zurda, eficaz, inesperado y punzante para la entrada sorpresiva y goleadora de Cristian Villagra fue una obra de arte. La definición del lateral también. Toquecito de calidad, por encima del arquero Blázquez, para ganarse un lugar en el corazón de los hinchas. Apareció cuando debía hacerlo. Un festejo loco se desató en el banco. Más aún cuando el chileno Sánchez puso el segundo. Después llegó el descuento y el aguante de siempre de J.P. Carrizo debajo de los tres palos para quedar como únicos punteros. Estaba a la vuelta de la esquina el título, cuando se confirmó el empate entre Huracán y Estudiantes. River 37, Estudiantes 35 y seis por jugarse.
El 8 de junio quedará grabado como una fecha de festejos, de consagraciones. Como el día en el cual se obtuvo campeonato número 33 de la institución más laureada, por mucho, del fútbol criollo. Llegaba Olimpo a Núñez y se estimaba una eventual vuelta olímpica.
Tenía que empatarle Colón a Estudiantes y River vencer a los once de Daniel Florit. La historia es ultra, archiconocida por todos y será difícil de olvidar. Dos Buonagolazos, un nuevo pase milimétrico, casi sacándose de encima, con desprecio, la pelota por parte de un enchufadísimo Ortega, y el festejo de más de 60 mil almas que llenaron el estadio.
Una historia que empezó en diciembre del año pasado y que tuvo este 8 de junio un desenlace feliz, para una alegría sin fin. Para festejar con los seres queridos porque se sumó un título más. Para gozarlo como en las demás treinta y dos conquistas anteriores. ¡Salud, campeón!
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